Una prisión sin rejas, ni grandes muros que encierran a los prisioneros, no es una utopía, es real y existe en Filipinas. La prisión de Iwahig es un inmenso terreno de 14.700 hectáreas. Más de un millar de reclusos viven en ella. Algunos incluso viven con sus familias.
Lo primero que llama la atención al llegar a la prisión es un cartel enorme que pone: Bienvenido a la Prisión de Iwahig. Y la puerta está abierta. Cualquiera puede entrar a visitarla y sin pasar ningún riguroso control de seguridad. A la entrada un camino atraviesa los campos hasta llegar a una pequeña agrupación de casas alrededor de una plaza, como si de un pequeño pueblo se tratase, con su iglesia, su parque…
Los presos trabajan el campo y cultivan sus propios alimentos. Atienden amablemente a los turistas que visitan la cárcel, realizan trabajos de artesanía que luego venden… ¿Es una cárcel autosostenible? ¿Con su trabajo cubren sus gastos? Quizás no al cien por cien, pero si en una importante cantidad.
¿Y por qué no se escapan si no hay rejas? Dicen que si tratasen de escapar y les pillasen, les sumarían más años a la condena. Parece que las posibilidades de escapar de allí con éxito son mínimas. Hay que tener en cuenta que la carcel está en una isla, en la isla de Palawan. Para salir de la isla necesitarían un avión o un barco. Y quedarse a vivir en ella sería muy arriesgado, ya que todas las poblaciones en la isla son muy pequeñas y enseguida descubrirían al forastero.

Los reclusos bailan para los visitantes. El hijo de uno de los prisioneros, aprendiendo a dar sus primeros pasos ya se anima a bailar con ellos
El entorno es increíblemente bello. Adjetivos que no suelen cuadrar con la palabra prisión. Aunque no están allí por su propia voluntad, parece el mejor lugar para pasar una condena.
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